sábado, 28 de noviembre de 2009

La Toma de la Cultura: un fenómeno de inclusión social

Por Ana Laura Montenegro
y Juan de Dios Casales


Son un suceso sin precedentes: frutos de la lucha de la clase baja y media venida a menos, los centros culturales barriales tomados ganan terreno como nuevos representantes directos del pueblo. Hay quienes proponen silenciar sus voces, pero estas nuevas prácticas culturales emergentes pisan firme y dan batalla.

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Tanto el Centro cultural La Gomera, como el Plaza Defensa, el Transformador y la Asamblea de Vecinos de Villa Urquiza se crearon a partir de la crisis del 2001. Sin embargo, su verdadero origen se remonta a la década del 90 y a la política de privatización neoliberal implementada entonces, que ocasionó la quiebra de cientos de empresas y miles de despidos.
Por ende, resulta evidente que la corriente de los ámbitos culturales en predios tomados es consecuencia de una etapa socio-económica donde primó el egoísmo y el impulso adquisitivo. Sin embargo, la crisis a la que llevó el modelo Neoliberal salvaje de los ’90, generó en la sociedad y más claramente en los sectores populares como reacción, una actitud contraria: la solidaridad y fraternidad ante el clima adverso que se vivía con un desempleo y hambre creciente.

Según el filosofo y profesor de la UBA Ricardo Forster, “es importante la recuperación del ámbito de participación y sobre todo la conformación de lugares autónomos en el campo de la cultura, que implique que en un barrio o una pequeña ciudad la gente vuelva a reunirse, a desplegar actividades en conjunto, a buscar espacios de recreación de la vida democrática. Este proceder se encuentra muy ligado a una suerte de confrontación que supone que lo público se reduce al Estado”. Forster explica que, en realidad, lo público es el espacio articulado y atravesado por la sociedad civil, pero por organizaciones sociales, experiencias colectivas, espacios comunitarios y ubica al Estado como protector de los derechos que poseen estos ámbitos de producción cultural que son excluidos por el mercado.

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La crisis de desempleo que explotó a comienzos de esta década llevó a los impulsos comunitarios por conservar una fuente laboral, y el caso emblema ocurrió en la provincia de Neuquén, con la toma de parte de los obreros a la fábrica Zanon, donde comenzó una cadena simultánea de movimiento en una escena social-cultural de toma de espacios bajo el fundamento de que los bienes del Estado no pueden permanecer ociosos y ante tal circunstancia, los vecinos tienen derecho de ocuparlo y darle un uso destinado a la utilidad pública cuando el Estado no lo hace, no conformando el accionar de los vecinos delito alguno.


Los integrantes de las asambleas o centros culturales se muestran algo reacios a la pérdida de bajo perfil, o al respaldo político estatal: “Si cualquier entidad política se mete, perdemos nuestra esencia, nuestra representatividad. Va en contra de lo que proponemos”, detalla Paco, un integrante de la asamblea de Villa Urquiza. Esta postura concuerda con Mariano Suarez, integrante del Centro Cultural El Transformador de Haedo, quien asegura: “No nos sentimos representados por la cultura partidaria. En 2001 dijimos ‘que se vayan todos’ y debemos hacernos cargo de lo que expresamos”.

Sucede que, aunque quieran o no, estos movimientos comenzaron a transformar la forma de hacer política: Según explica Forster, “los partidos tradicionales, actualmente en crisis, se han gastado y ya no representan la búsqueda y los sueños de gran parte de los nuevos actores que buscan otra forma de representación y organización”.

En el caso contrario, cuando la intervención estatal se encuentra presente, no termina siendo del todo efectiva: El Movimiento Afro Cultural fue declarado de “Interés cultural para la ciudad de Buenos Aires” y aún así recae sobre 20 familias integrantes, el eminente desalojo. Asimismo, las asociaciones con otros partidos también dan lugar a lamentables fracasos, como cuando la organización comunal de Haedo consiguió un lugar en el Partido Comunista de Morón, el que abandonaron luego de desaparecer una importante donación de alimentos y volvieron a ubicarse dentro del espacio público, en el enlace ferroviario.

Así como ocurre en la naturaleza del hombre, la política parecería que también resulta inherente a la actividad de estos espacios culturales comunales. Tal como afirma el coordinador en maestría de Industrias Culturales de la Universidad de Quilmes, Santiago Marino, no se pueden separar porque los movimientos políticos combinan el trabajo cooperativo con emprendimientos culturales. Así lo hizo el Centro de Haedo antes mencionado al realizar un acto distinto de los oficiales por los 30 años del golpe militar. En ese contexto, descubrieron que con obras de teatro y un número de murga, la gente recibía y respondía más favorablemente a su discurso “de izquierda” que si simplemente leían su mensaje. Eso demuestra el poder de convocatoria que conlleva la actividad artística, el medio por el cual los nuevos partícipes de la política que mencionaba Forster, eligen desenvolverse.



Estos renovados actores que menciona el historiador entran en el terreno de la integración cultural y son en su mayoría jóvenes a partir de 16 años que encontraron en este ámbito un refugio desde el cual poder expresarse. Responden a la demanda social actual, y de esta manera la percepción de la identidad cultural que representa la iniciativa de los movimientos, reinventa y amplía la perspectiva a la hora de enfocar la situación de la pugna por la redistribución de bienes. En este equilibrio, la cultura tiene mucha más importancia de la que se le otorga.

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Esto se debe a que el manejo de los bienes culturales trae aparejado un mayor equilibrio en la redistribución de la riqueza en otros aspectos de la sociedad. “Una comunidad no cambia en un sentido de mejoramiento real de las condiciones de vida del conjunto de individuos, si también no hay una redistribución más equitativa de los bienes simbólico-culturales”, aseguró Forster. Por consiguiente, el filósofo destaca como un logro valioso la sanción de la nueva Ley de Medios porque estima que los elementos de creación audiovisual “son decisorios para casi todas las escenas de la vida”. Esto señala el importante poder que conllevan las herramientas culturales, ya que brindan mayores herramientas a la comunidad para tomar decisiones, elaborar sus propias opiniones y lecturas de la realidad por sí mismos, entender su mundo y que nadie los pretenda manipular en sus concepciones sobre él. Por eso este “triunfo” es tan destacable y vale la pena reivindicarlo, así como continuar la lucha dentro de esa línea de pensamiento y manifestación independiente.

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